martes, 16 de junio de 2009

Un poeta en cada esquina. ANUESCA. ed.Compas

Una de las cosas que más me sorprendió cuando llegué por primera vez a Nicaragua fue el sentimiento de orgullo nacional que la gente siente por su compatriota Rubén Darío. Una gran mayoría puede recitar algunos de sus versos de memoria. Muchos, además, tienen la capacidad de componer en el momento poemas sencillos que ofrecen al visitante como regalo en cuanto se presenta la ocasión, por eso no es extraño que Nicaragua sea conocida como un país de poetas.

A menudo he pensado en estas circunstancias cuando compruebo la actividad literaria de Alicante y su comarca. Numerosos grupos despliegan una gran energía creadora que se refleja en infinidad de recitales, blogs, revistas o encuentros en la Red. Acuden a colegios, institutos, casas de Cultura u otros lugares en los que puedan dar a conocer sus propios poemas o los de autores consagrados. En los últimos diez años, aproximadamente, he visto organizarse y crecer a varios grupos que han impulsado la afición a la escritura y a la lectura de poesía, aunque algunos escriben igualmente relatos, y hasta se han atrevido con alguna novela. Podríamos decir que en esto se parecen a los nicas. Y me satisface que muchas de las personas que forman parte de estos grupos sean amigas o antiguos alumnos.

Tengo el gusto de presentar una nueva antología de la Asociación de Nuevos Escritores de Campello, ANUESCA, uno de los grupos de mayor relevancia, que, además de promover la creación poética, pretenden establecer lazos de amistad y solidaridad por medio de la palabra. Por eso organizan cada año un Encuentro Nacional de Escritores y Poetas, que dedican a una organización no gubernamental, como Manos Unidas o Médicos Sin Fronteras, por citar los más recientes, o a favor de la Asociación A.C.A. de Discapacitados Físicos en el próximo Encuentro que preparan para noviembre de este año.

Esta tercera antología poética reúne cincuenta y siete poemas pertenecientes a trece autores, cuyas preocupaciones vitales dejan entrever sus versos. Según Luis García Montero, cuando un autor expresa un estado de ánimo, ha debido transformar antes los datos de una historia en un suceso lírico de tal manera que el lector se sienta conmovido. Gran parte de esas experiencias personales son las que encontramos en los poemas que componen este libro, convertidas en emotivas historias líricas después de un minucioso compromiso con la escritura.

Son muchos los temas motivo de preocupación abordados; destacaría el que inicia el libro, aunque no es el más numeroso, dedicado al desgarro que producen las guerras, alguna tan cercana como la de Oriente Medio, y sus consecuencias en las mujeres y los niños que la padecen, la angustia de vivir bajo los bombardeos, la muerte y la destrucción familiar y social. Abren el libro unos poemas de Harmonie Botella dedicados a las mujeres de dos países enfrentados, “israelitas y palestinas”, que son una sacudida a las conciencias cuando señalan que sus maridos e hijos “apuntan” a los hijos de las otras mujeres. O en el poema “Dando a luz”, en el que también la mujer es protagonista alumbradora “detrás de la vida / frente a la muerte”, en el que habla de miseria, hambruna, violación, muerte. «Mujeres de negro» incide sobre la locura del soldado en la contienda, de bombas inteligentes, con unos versos desgarradores: “Ojos desvirgados de una niña / que se ahoga en un rugido bestial. / Trigales perdidos de una ilusoria cosecha / en el mar de la angustia materna”, es decir, a la condición de mujer y madre de soldados, se une la de madre de hijas sacrificadas también en la “danza fúnebre”.

Ana Iniesta en «Atroz visión» reitera la idea de morir y matar, de vientos de guerra, del mismo modo que José Antonio Navarro i Ballesta en «La solitaria amapola», metáfora de la sangre, anuncia la destrucción total, de la que únicamente se salva el buitre carroñero, mediante una imagen desoladora: “Toda la sangre roja, / toda, / todos los hombres muertos, / todos, / todas las banderas rotas, / todas. / Sólo el buitre, /carroñero infame / que no aprecia la belleza / contemplará la amapola / desde el aire ”. Igual preocupación encontramos en «Corazón de quitaipón» de Aurea López: “Cómo desearía guardar mi corazón/ cuando llego a casa / ... / no tenerlo puesto cuando oigo / que los niños preguntan cuándo van a morir / entre el ruido de bombas con el que han jugado/...”. Del mismo modo advierte del deseo de “No ponérmelo cuando / escucho a los líderes mundiales / de la indiferencia. / Los líderes de una estafa global”, versos con los que introduce el derrumbe de la economía global como nuevo tema de preocupación que afecta a todos los países. Conchi Galindo Pedrosa se lamenta, igualmente, en «Soy poeta» del dolor y sufrimiento que provocan las guerras sin sentido.

Predominan, por la cantidad, los poemas amorosos en todas sus etapas. Al amor en su plenitud están dedicados «Lontananza», también de Conchi Galindo Pedrosa: “despierto cada día entre tus brazos / arrullando la paz de tu mirada..”, y «Barca enamorada», de Carlos Fernández Muriel, que ve a la mujer como deidad: “Sirena: tú eres mi diosa”. «Ideal», de Pedro Llorente, canta al amor eterno “que no empaña el deseo conseguido / ni cesa al marchitarse tu hermosura”, y en «Velada invernal», a un amor tranquilo, callado, tradicional: “Noche de nieve. Velada hogareña / que el fuego anima con crujiente llama; / yo, del inmortal Shakespeare leo un drama / y ella, bordando, entretenida sueña”. En «Quisiera (I)» encontramos el deseo de correspondencia en igualdad de condiciones: “...quisiera, por amarte, que me amases / quisiera yo ensoñarte y alcanzarte”, de Luis Fernando Couto García. «Mil rosales», de Brígida Rivas, narra la curación de una joven por la gracia del amor: “Por la vereda se acerca / un soplo de amor divino / que hace que la niña cure / su corazón malherido”. El amor como salvación del fracaso vital lo encontramos en «Versos parásitos», de Aurea López. Como fuerza arrolladora lo expresa Mercedes Rodríguez García-Olías en «El invencible»: “...No importa cuán enterrado / y profundo sea un error / cuán desesperado sea el horizonte / ni cuán enrevesado sea el mundo / si puedes amar lo suficiente / pues el amor es invencible”. El poema de José Antonio Navarro i Ballesta «Aquel día» se centra en el amor fugaz: “... mirándonos a los ojos para retener / aquel instante mágico antes de que el efímero / tiempo, sin piedad, acabase enmarcándolo / en sepia para siempre”.

El amor como evocación, recuerdo o añoranza tiene su espacio en dos poemas de Conchi Galindo Pedrosa, «En la arena» y en «Guitarra sin arpegios»; del segundo son los siguientes versos: “... las cenizas del recuerdo / las sotierro por el día / y ellas vuelan en los sueños”. Brígida Rivas Ordóñez lo retoma ahora como añoranza del primer amor en «Primicias»: “Ni muchos inviernos, ni largas semanas / hacen que me olvide del primer amor que mi alma inflamara”. Finaliza este bloque con el amor soñado en «Gratitud», de Ana Iniesta Molina: “Ya sé que sólo era un sueño, / y que los sueños a veces mienten”.

Por último, como contrapartida, el desamor se manifiesta en varios poemas, por ejemplo, Conchi Galindo Pedrosa remarca el alejamiento y la frialdad en los versos finales de «Fría distancia»: “Fría distancia / Siempre miras... siempre callas, / Siempre piensas... nunca hablas”. Carlos Fernández Muriel lo metaforiza en una barca; “Mi barca enfermó de pena, / a causa de un desamor: / “¡Basta!”, dijo su sirena / y quedó inerte el timón”. El dolor por el abandono es abordado en «La muerte del alma» de Carlos Fernández Muriel: “... al comprobar con dolor / que ahora besan a otra boca / los labios que ella besó”. Aurea López compara el desamor con la guerra en «Líneas»: “Es tan frágil la línea entre la paz y la guerra / entre el amor y el odio / entre tú y yo. / ¿O no es una guerra acaso la que libramos...?”. El amor como sufrimiento por ausencia lo concreta también Brígida Rivas Ordóñez en dos poemas; el primero, «Tristeza», considera la distancia como causa, y el segundo, «La boda», tal vez el más duro porque anuncia la muerte de la novia: “La tenue luz rosada de la alcoba / tamiza la escena de la boda. / Y siente que la vida se le acaba / en fría caricia de su boca.”. He dejado para el final de ese bloque el poema de Mercé Sànchiz «Impressions», escrito en valenciano, cuyos versos sencillos dejan entrever la soledad en el poema 6: “Totes les voltes que vaig ser sirena dessitjada / entre les seves aigües, / el cos pintat de sol / i els llavis plens de besos salats, / no son més que records ara.”. Pero este largo poema de desamor, que corresponde a la estrofa 7, finaliza con esperanza, aunque el amor sea de otra naturaleza: “Hem trasbalsa el teu sonrís, / les penes se'm fonen quan cerques / amb la incertesa del nadó, / el meu rostre, els meus ulls, la meva boca, / quan respiro el teu al.lè / -agredolç de llet i vida- / quan escolte el bategar del teu coret, / petit i nou / -acabat de néixer- / amb tota la força del futur. / I se m'escampen les boires, / i m'oblido del dolor i de l'angoixa, / i em deixo lliscar dins la bassa d'oli / d'una felicitat / que comença i acaba / al teu costat.”.

Algunos poemas están dedicados al trabajo, aún no suficientemente valorado, de la mujer, ocupada en el cuidado de los hijos, del marido, de la casa en «¿Se nos tiene en cuenta?», de Carmen Esteve, que termina con la esperanza, al menos, de una vejez digna; sitúa así el paso del tiempo, del que trata también en «El otoño de mi vida», junto con otro tema que preocupa, el de la mujer trabajadora. Pedro Llorente, señala en «Mi tiempo» el inexorable “tictac” del reloj. «Vejez», de José Antonio Navarro i Ballesta anuncia la cercanía del fin de la vida: “Todas las noches las campanas / del fin del mundo, de su mundo... / se meten en su cabeza repitiendo / una y otra vez su estrofa de miedo.”, presente, también en «Yo estoy allí»: “Ahora habito donde crece / la vida y muere la Muerte. / Estoy allí.”.

La solidaridad, la justicia y el deseo de paz lo tratan varios autores, como Aurea López en «Al pueblo saharaui»: “Somos nosotros, débiles, los que os necesitamos / a vosotros que fuertes reivindicáis justicia”; José Antonio Navarro i Ballesta en «He muerto tantas veces» y Mercedes Rodríguez García-Olías en «Libación» cierran este apartado.

Dos poemas recuerdan la infancia; Conchi Galindo Pedrosa la evoca ya muy lejana en el poema titulado «Infancia», y Luis Fernando Couto Garcia la recuerda asociada a una ciudad concreta: “Mi infancia fue feliz, desobediente, / en Lisboa, culta, antigua, soñada/ ...” en el poema «Mi infancia»; no faltan cantos a «Mi ciudad» de Couto Garcia, ni a «Mi país» de la mano de Ana Iniesta Molina. Pedro Llorente se ocupa de la fiesta nacional, del drama entre toro y torero en «Desde la altura».

Julia Díaz Climent ensalza la libertad en «Arde una puerta» que ya nunca más será cerrada. De la misma autora es un poema en el que se atisba un sufrimiento agónico: “.../ para entonces ya he visto tu miedo / la cálida agonía de tu rostro / y solo puedo verte como niña / pidiendo un cielo a gritos y un reposo.”. En otro inquietante poema, «El doble filo», el narrador se debate entre dos opciones: “En el arista norte, en su crin negra, / se debate el latido de mis miedos, / lo que pudo ser y no fue nunca / lo pude hacer y ya no hay tiempo. / Lo que será, en su vértigo me aterra / lo que ha de ser, me deja sin aliento.”.

De rebeldía informa Luis Fernando Couto “Por muchas amenazas, que tal hallo, / y aunque me tenga el miedo acorralado, / no cerraré los ojos ni me callo”, cuyo último verso da título al poema, y de amor a la vida por encima de “cuchillos y látigos” sabe Aurea López en «Polvareda de estrellas», que dedica «Quería ir a la playa» a una sobreviviente del accidente aéreo de Madrid de 2008.

Carlos Fernando Muriel elegiría, si pudiera, cada momento de la vida, incluso el de la muerte, pero, mientras, prefiere vivir con bonhomía en «Las cuatro estaciones». Ana Iniesta Molina habla «Con el corazón en la mano», Carmen Esteve firma «Ilusión», que subraya la pequeñez de ser una mota volando en el espacio y Mercedes Rodríguez García-Olías se atreve con un tema mitológico en «La doncella y el corcel».

Por último, tres poemas recuerdan a Andalucía: «Al sur», que alude a dos amantes: “Yaceremos inocentes amor mío / borrados, confusos ya los nombres / cincelados en la piedra corrompida / deliciosamente olvidados / de Dios y de los hombres” en la Fortaleza Roja, la Alhambra, de Mercedes Rodríguez. Por otra parte, «Federico» rememora y homenajea a García Lorca; el verso final es muy elocuente: “Saetas, muerte, azahar, Andalucía”; «Sultana de bronce» es un nuevo homenaje, esta vez a la mujer andaluza, “mora disfrazada de gitana”, herencia de la historia árabe, en un paisaje de serranía, campos de olivos, con olor a romero y azahar en el ambiente. Estos dos últimos poemas pertenecen a Harmonie Botella.

Como sucede con los componentes de ANUESCA, su contenido es muy variado, tanto en los temas como en las de estrofas, desde los tradicionales sonetos a sencillas canciones o poemas de rima y estructura libre. Del mismo modo podríamos valorar el estilo, sencillo en algunos casos, más elaborado en otros, pero siempre con el reflejo de los grandes temas, del amor o la muerte, a las preocupaciones de nuestro tiempo, en donde las guerras, el hambre o la injusticia nos acompañan cada día en los noticiarios.

Agradezco la oportunidad de participar en esta tercera antología que ha preparado el grupo ANUESCA, al que deseo una larga y fructífera trayectoria creativa.


Concepción Agüero
Colaboradora del Secretariado de Cultura
Universidad de Alicante
Junio de 2009